Jamás hemos vivido modas tan fugaces como las surgidas entre ludópatas, curiosos y usuarios de las redes sociales, pero las más llamativas para pocos, así sean educativas, no dejan de ser productivas cadenas que horas después de publicadas en cientos de miles de muros, a nadie le importan. Así pasó con la moda Mockus, las campañas antitaurinas, la perra torturada, el maltrato infantil y la prevención del cáncer, y ¿en qué cambió el asunto? en nada, porque desde la tecnocracia neoliberal mediática se fortalecen capitales privados, no reivindicaciones sociales, además, se convence a los crédulos usuarios que están cambiando el mundo sentados frente a su computador.
Una de dichas cadenas decía algo como: “Muchos necesitan saber que: ‘hay’ es haber, ‘ahí’ es un lugar, ‘ay’ es una exclamación. ‘Haya’ es haber, ‘halla’ es encontrar, ‘allá’ es un lugar, ‘haiga’ no existe. ‘Botar’ es para la basura y ‘votar’ es su derecho de elegir. ‘Iba’ es de ir, ‘iva’ es un impuesto, e ‘hiba’ no existe. ‘Valla’ es un cartel grande, ‘vaya’ es ir y ‘baya’ es un fruto…”
Sin embargo, más allá de la tácita maniobra a la que se somete a los cibernautas con estas cadenas –que prometen dejar hasta 180 dólares mensuales–, es evidente que el promedio general de las personas no sabe escribir correctamente, habiendo un grave desconocimiento de nuestro lenguaje, y por ende, de nuestra memoria colectiva.
Y es que si la organización de ideas en nuestro cerebro, desde nuestra lógica es coherente, así mismo debería ser al escribirlas, porque el problema no solamente se basa en confundir significados y ortografía, sino, en la pérdida de la cultura lectora, dado que sin ese ejercicio mental, junto al desconocimiento de las reglas gramaticales, sintácticas y semánticas, las futuras generaciones carecerán de las herramientas para legar su versión de la historia.
Por eso, nuestro más importante hábito de comportamiento es el lenguaje, porque fue la tecnología que permitió a la humanidad comunicarse. Los sonidos, luego articulados con los significados resultados de la abstracción de la realidad, dieron paso a las palabras escritas, que aún hoy, cumplen una función simbólica en nuestros contextos, e indiscutiblemente, también representan el conocimiento y la intelectualidad.
En un comienzo, casi todas las culturas fueron orales –después de ser visuales–, por ejemplo, hasta el siglo IV a.C., cuando los aedos y rapsodas griegos, por tradición y orden imperial, tenían la función de mantener y repetir las leyendas épicas de los héroes mitológicos para preservar un régimen social; tal es el caso de la Iliada y la Odisea, que a propósito, no fueron escritas por Homero, como lo describe la historia, sino por el contrario, fueron transcritas por un ‘escriba’ mientras él, siendo ciego y campesino, las recitaba luego de haberlas escuchado de sus padres, y éstos de los suyos, y así, generación tras generación, limitando su presente a un pasado prediseñado. –“La oralidad no tiene la capacidad de conservar la memoria de los pueblos, porque es utilizada para la interacción y el contacto en el aquí y el ahora… Es el medio más directo y auténtico porque las palabras tienden a ser indicios naturales de lo que se quiere expresar y porque están complementando y creando la situación que involucra los gestos, los ademanes y los rostros de los interlocutores.” Afirma el profesor Luís Alfonso Ramírez Peña, en su libro, ‘Comunicación y Discurso.
Pero, esta situación no quedó ahí… más adelante, gracias a la necesidad de comunicación entre desconocidos interlocutores en el tiempo y el espacio, nace la escritura; en Alejandría, por ejemplo, la vida intelectual y dialéctica (las filosofías, ciencias y problemáticas propias de aquel periodo) giraban entorno a la biblioteca, que, aunque era de uso predominantemente de las élites, sirvió de base para que posteriormente la escritura alfabética se aceptara como herramienta indispensable en la vida cotidiana y en todos los niveles de la educación, por cuanto la construcción del sentido en un texto, requiere organizaciones y estructuras mentales diferentes que las utilizadas en una conversación.
Si bien es cierto la pluma, la imprenta, la máquina de escribir y actualmente el computador, son tecnologías que han permitido a nuestra especie comunicarse e interactuar durante más de dos milenios en todo el mundo, esta última difiere de sus antecesoras por cuanto es un sistema de representación donde el medio para transmitir la información (cobre, fibra óptica y señales electromagnéticas) permite, además de letras, transferir imágenes, videos y sonidos, usando los mismos procesos simbólicos del lenguaje oral y escrito: por un lado, los códigos lingüísticos y, por el otro, los códigos multimedia, que son los equivalentes –diría yo– a la quinésica (movimientos y sonidos corporales) que usamos en los actos comunicativos presenciales.
Aunque deshumanizados, estos procesos de comunicación modernos acercan en la distancia, pero con un alto costo; la manipulación. Así como los antiguos griegos eran obligados a escuchar diariamente las leyendas míticas de los dioses y sus herederos para ser controlados, la humanidad actual está expuesta 24 horas del día a mensajes e información diseñada y dirigida especialmente, no sólo al consumo de bienes y servicios, sino a cautivar su realidad, induciéndolo a ver, creer, sentir y pensar de un modo específico (por eso las cadenas), eliminando su capacidad de análisis y criterio, especialmente en los ámbitos políticos y sociales (resumiendo parte de lo que menciona el italiano Giovanni Sartori en su libro, ‘Homo Videns, La sociedad Teledirigida’).
Es por ello que el papel que juega la escritura en nuestros días es valiosísimo, porque, por un lado, nos aleja de la tecnología que distrae nuestra atención de la realidad (aquella realidad que requiere de memoria colectiva para construir un futuro colectivo), y por el otro, porque nos permite construir un registro detallado del comportamiento, pensamiento y sentimientos de cada uno de nosotros, quienes percibimos el mundo de manera diferente, enriqueciendo así una sociedad intelectualmente pobre y conducida a través de una pantalla de computador… Igual, no importa si se usa laptop, desktop, la litografía del centro, una Adler-Royal de finales del siglo XIX, o un simple bolígrafo de 500 pesos, la idea es comunicarnos mejor y de manera reflexiva mediante el uso correcto de nuestro lenguaje.
Podrán quemar nuestras bibliotecas, formatear nuestros discos duros, vaciar nuestros correos electrónicos, pero jamás, podrán quitarnos la posibilidad de diferenciarnos de los animales llevando nuestro intelecto al máximo. Escribir libera.
Miguel Corzo F. | Music Machine
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